"... Y, sin embargo, no ha dejado de ser, no, Jesús aquel Señor de quien dice el Evangelio, repitiendo la frase de los apóstoles, que tenía palabras de vida eterna; bien que no pronuncie sensiblemente voces articuladas, sino que dirija a los corazones, al paso que dardos inflamados de amor divino, expresiones de íntimo consuelo y de dulcísima cooperación al logro de las virtudes..."
Luis de Trelles, La lámpara del Santuario (1.870). Tomo I, página 321.
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